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  • Iván Delgado Sánchez

Netflix tiene la culpa



Siempre me he considerado amante del cine. Sea la película que sea, la disfruto en mayor o menor medida. Nunca me ha costado gastarme el dinero en ir al cine e intento ir siempre que una película me llama la atención.


Desde hace un año y medio aproximadamente, he empezado a considerarme más un seriéfilo que un cinéfilo (aunque no sean incompatibles). Devoro series, ya sea en Netflix, en la tele o, por qué no decirlo, en Pordede y similares. Siempre que tengo un rato me veo un capítulo o varios de las series que sigo. Actualmente, sigo varias series en emisión como son Taboo o Agentes de S.H.I.E.L.D. pero siempre me gusta tener en la recámara una serie finalizada o muy avanzada para darme atracones de capítulos cuando me apetezca. Es parte de la magia de las series, tienes horas y horas de una misma historia.

Es bastante obvio que las series permiten un mayor desarrollo de los personajes y la historia y con ello una exploración más a fondo del universo o tema que quiera tratar el director y guionistas de esta. Por estos motivos por ejemplo, la primera temporada de la serie Fargo me parece mucho mejor que la película homónima; toma la idea de los Coen y la explora y extiende hasta llevarla más allá de la gran obra que es la película. Aunque he puesto un mal ejemplo al mencionar una serie con una idea no-original, ya que lo que quiero tratar en esta reflexión es precisamente la falta de originalidad que está sufriendo el cine.


Comparación entre la serie (izquierda) y la película (derecha) de Fargo.

Vivimos en una época de remakes, reboots, secuelas, precuelas y spin-offs. Donde el año pasado tuvimos pelis como Ben Hur o Las Cazafantasmas, este año tendremos Blade Runner 2049, Alien: Covenant o Los Vigilantes de la Playa y la cosa no parece acabar ahí. Los superhéroes (género que me encanta al ser un gran fan de los cómics) se vislumbran en cartelera, con varias películas al año, hasta más allá del 2020. Se está acabando la originalidad y la innovación. Y ahí es donde entran las series.


Las series son un soplo de aire fresco en la industria audiovisual y a mi parecer es donde actualmente se está arriesgando y apostando más por hacer un buen producto que por vender y recaudar. Y eso lo están percibiendo las grandes caras del cine. Cada vez son más los grandes actores de Hollywood que aparecen en series, sea el caso de Tom Hardy (Taboo, Peaky Blinders) o Anthony Hopkins (Westworld). Y no solo los actores; productores y guionistas como J.J. Abrams cada vez invierten más en las series a pesar de ser un producto que llega a mucho menos público que el cine.


Es verdad que sigue habiendo películas muy buenas cada año, son muchísimas las que salen anualmente y sería penoso que no las hubiese. González Iñárritu (El Renacido, Birdman) o Damien Chazelle (Whiplash, La La Land) son dos nombres que se han hecho notar en Hollywood por sus últimos trabajos, ofreciendo grandes películas y aportando su seña de identidad a cada una de ellas. Pero la realidad es que estos casos son cada vez menores y cada vez son mayores las series como Bojack Horseman o Black Mirror, originales y de buena calidad, capaces de mandar un mensaje con un estilo e ideas propias.


Las series siguen marcando la diferencia y Netflix tiene gran parte de la culpa. Desde su popularización, Netflix ha sido sinónimo de calidad con cada serie que ha sacado: House of Cards, Stranger Things, Orange is the New Black… Todos grandísimos títulos a los que se suma el catálogo de series 'prestadas' que amplia mensualmente. Y lo mejor de todo es que el éxito que ha tenido esta plataforma ha hecho que otras productoras como HBO se suban al carro ofreciéndonos un gran catálogo también por su parte.


El icónico logo de Netflix.


Diréis que también hay muchas series enfocadas en superhéroes de cómic o basadas en ideas no-originales como la ya mencionada Fargo o la precuela de la Psicosis de Hitchcock, Bates Motel. Pero bajo mi punto de vista, estas expansiones de esos universos suelen tener una mayor calidad debido a que, como he comentado antes, las series permiten, gracias a su formato de temporadas y capítulos de entre media y una hora, ampliar y mejorar estas historias ya creadas. Porque uno de los mayores fallos de los remakes en el cine suele ser que los personajes no consiguen ser tan carismáticos como sus antecesores, algo que puede conseguirse más fácilmente en las series al tener más tiempo para desarrollarlos (sin hacer milagros obviamente).


Y no puedo dejar de mencionar el auge que están viviendo las series de animación para adultos. Rick y Morty es un claro ejemplo de ello. Una serie que a priori no parece traer nada nuevo pero toma la base de Regreso al Futuro o Doctor Who y la explota al máximo, dándole una vuelta de tuerca al viaje interdimensional sin dejar de ser crítica. No es una serie de niños, es una obra de arte. Y estoy convencido de que en el cine sería imposible llevar a cabo algo así ya que, al ser una plataforma más pública y familiar, todo lo animado se considera infantil (culpable de esto es la monopolización de Disney-Pixar). Por eso cuando fui a ver La fiesta de las salchichas, una película que intenta hacer algo parecido a Rick y Morty (por el hecho de ser una película de animación que no trata temas infantiles) me encontré a una familia con sus hijos viéndola.


Captura del capítulo crossover entre Rick y Morty y Los Simpson. Metafóricamente, muestra muy bien la evolución que están sufriendo las series de animación.


Quiero acabar aclarando, porque seguro que se malinterpretan mis palabras, que amo el cine y las series pero, por muchos motivos, prefiero el formato que me proporcionan estas últimas. Y lo dice alguien que se llevó todo el curso pasado yendo cada miércoles al cine.

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